La producción de miel es de las pocas explotaciones humanas totalmente sostenible, que no afecta negativamente a su entorno y mantiene la biodiversidad del medio ambiente.
Cuando aparecieron las abejas sobre la tierra estas y las plantas evolucionaron conjuntamente, llegando a un equilibrio de dependencia mutua. Las abejas obtienen de las plantas sus alimentos hidrocarbonados (las mieles), y sus proteínas y grasas (los pólenes), que estas “preparan” de manera que les resulte fácil recolectarlos. Las plantas incluso se han ido adaptando para facilitar las visitas de las abejas: identificándose mediante colores vistosos y aromas agradables, modificando sus formas para facilitar el acceso a sus alimentos, floreciendo en épocas adecuadas… y todo con el objetivo de que las abejas trasladen el polen, el elemento masculino de su reproducción, de una flor a otra para poder tener una fecundación cruzada. Esta polinización es la responsable de entre el 15 % y el 30 % de los alimentos que consumimos la humanidad en la UE, y del mantenimiento de una gran parte de la cobertura vegetal de nuestra zona. “Las abejas no son necesarias para la vida humana, pero sí para la vida tal y como la conocemos actualmente” – Delaplane |
Por ejemplo, en el Coto de Doñana (Huelva), uno de los espacios naturales emblemáticos de la Península Ibérica, de las 718 especies de plantas que forman parte de su matorral, el 64,3 % dependen de la polinización por insectos para poder reproducirse. Y las abejas son el 80 % de esos insectos polinizadores.
Y en el Parque Natural de la Sierra de Aracena, sobre 891 especies, son el 76,7 % las que se perpetúan gracias a esta polinización por insectos. Sin la visita de las abejas a sus flores muchas plantas irían disminuyendo su presencia por falta de reproducción, lo que ocasionaría una desprotección del suelo y un aumento de la erosión por el viento y la lluvia. |